Creo que era un miércoles. Estaba sentada en el escritorio armando mi to-do list, cuando de repente me propuse hacer el siguiente ejercicio. Del lado izquierdo del cuaderno anotar las cosas que tenía para ese día y del lado derecho, lo que tenía pensado hacer por mí. El resultado me sorprendió. Mientras las tareas se extendían casi hasta la mitad de la hoja, los momentos que iba a dedicarme a mí misma escaseaban. Eso me hizo un clic interno: ¿me estaba priorizando tal como me había prometido?
Desde ese día decidí prestar más atención al tiempo conmigo misma. No todo tenía que ver con salidas multitudinarias o armar planes sofisticados. Por ejemplo, para mi yo del pasado era muy normal levantarse 20 min antes de trabajar, preparar el mate e ir directo al escritorio para arrancar el día frente a la computadora. Con el tiempo eso cambió. En general, ahora me levanto, me preparo el desayuno, paso una hora tranquila mientras me voy despertando y recién ahí voy al escritorio. Como decimos con Mafe, pongo en práctica desayunar lentito.
Algo similar me ocurría con el almuerzo. Solía abrir la heladera, ver qué tenía y “resolver”. Es decir, comer rápido, como si fuera un trámite que tenía que pasar para avanzar al siguiente paso. Esto, por supuesto, me trajo problemas. En varias visitas al médico la respuesta fue la misma: que todo estaba bien y que debía prestar más atención a cómo me estaba alimentando.
El ejercicio de priorizarme me regaló un hobby. Siempre estuvo ahí, pero ahora pude dedicarle tiempo consciente. De repente empecé a pasar horas y horas de mi tiempo libre en YouTube, aprendiendo sobre comida callejera en distintos países del mundo, visitando imaginariamente aquellos lugares donde decían tener el mejor ramen y mirando Cocinando con Coqui; un canal donde Coqui, que vive en Barcelona, enseña recetas de comida asiática.
De a poco comencé a notar que cuando necesitaba parar la cabeza o hacer un corte, me iba a la cocina, agarraba un par de ingredientes y entraba en estado de flow, esa sensación de estar tan sumergida en lo hacés, que todo tu mundo alrededor parece detenerse.
Entre otras cosas, estos meses preparé sopas de todo tipo, hice gyozas, sushi, curry y decenas de otros platos. Me hice fanática del papel de arroz, del alga nori y rebalsé mi cocina de especias. Llené los chats familiares y de amigos de fotos y videos mostrando lo que colocaba en el horno y compartí tips o trucos de lo que iba aprendiendo. Por cierto, el dolor en mi estómago desapareció.
Además de comer sano, me regalé (y me regalaron) muchos otros momentos.
Caminé lento. En vez de correr por la calle sin estar corriendo, me permití que la gente me pasara y caminar tan despacio como nunca antes había caminado.
Fui a Sitges con F., un lugar increíble a 40 min de Barcelona donde me enamoré de postales como la que publiqué en este texto.
Tuve decenas de charlas hermosas y profundas sobre la vida, con A. Esas charlas que te dejan pensando y que quedan grabadas en el alma. También nos visitamos mutuamente en Niza y Barcelona.
Compartí tiempo de calidad con la gente que más quiero. En mi visita a Argentina, en vez de llenar la agenda de actividades, simplemente estuve presente para los que más amo. También abracé mucho a mi perro Bono. Ante el miedo de no volver a verlo porque ya está muy abuelito, lo llené de besos y le dije cuánto lo amaba; no una, sino varias veces.
Fui a Fabrique Bakery con S., nuestro café preferido en Londres, y nos pedimos el rollo de canela más rico del mundo, en la mesa en la que nos sentamos siempre que vamos.
Visité librerías hermosas en Barcelona y en otros lugares. Compré libros y en algunos casos, ante la pregunta de “¿Te lo envuelvo para regalo?”, dije que sí, porque eran regalos para mí.
Hay otros dos momentos más que recuerdo en los que también fui inmensamente feliz.
El primero es uno de los mejores regalos que S. me podía dar para mis 40: ver a Ludovico Einaudi en Barcelona. Fui sola, me emocioné hasta las lágrimas y lo tuve muy cerquita. Luego, con mi atuendo de fiesta, S. me fue a buscar y cenamos dos burritos a cuadras del Gran Teatre del Liceu.
En Argentina vi a M. M fue mi primer jefe, de esos amigos con los que te reís hasta que la panza te duele y con los que por ahí no te hablás durante 6 meses, pero cuando retomás la conversación, sentís que el tiempo no pasó. M se dedica a otra cosa, pero hace poco más de un año es uno de los dueños de una pastelería artesanal en Ciudad de Buenos Aires (si van de visita, se llama Tienda Pastel). Una noche de noviembre, nos pedimos unas pizzas y comimos ahí con el local ya cerrado. Luego, degustamos algunas de las delicias que preparan. Nos reímos, recordamos miles de anécdotas y comprobé que el tiempo efectivamente no pasa para nosotros.
Hace algunos años, M. se había separado hacía muy poco de su pareja de muchos años. Había dejado su trabajo de toda la vida para empezar uno nuevo y, por la separación, se había mudado a otro departamento. Un día, me invitó a conocerlo. Recuerdo que cuando abrimos la puerta, el lugar era un caos: montañas de escombros, polvo y reformas en cada centímetro cuadrado. A tal punto que no podía ni imaginar cómo iba a hacer para transformarlo en algo habitable ni cuánto le iba a llevar hacerlo.
Unos meses más tarde, volví a ir. El departamento era otro. Se veía impecable, ya tenía sus plantas y sus gatas estaban felices en él. Al poco tiempo y después de tanto esfuerzo, lo vendió. Recordé que hay un capítulo de la serie Ally MacBeal en el que ella se muda a una casa que está destruida y a medida va levantando el lugar, va reconstruyendo su propia vida. “Yo creo que eso es un poco lo que te pasó a vos —le dije—. Los arreglos del departamento estaban conectados con volver a levantarse de nuevo”.
Recordé que hay un capítulo de la serie Ally MacBeal en el que ella se muda a una casa que está destruida y a medida va levantando el lugar, va reconstruyendo su propia vida.
Yo no me mudé de piso, no reformé nada, pero sí sentí que antes de la pausa me había perdido. No estaba presente para mí y no podía estar presente para otros. Y después de tantos meses recorridos, en cada una de las recetas que preparé, en esas charlas con amigas, en las cenas compartidas, en los abrazos en los que no podés dejar de abrazar, en ese caminar lento por las calles de Barcelona y en los libros que leí, me fui encontrando a mí misma.
¡Hasta el próximo jueves!
Disfrute muchísimo de esta lectura. Recorrí Londres, Buenos Aires y Barcelona con tu relato. Maravilloso.
Justo lo que necesitaba leer hoy 🩷 Gracias!