Un cardinal norteño en Central Park. ¿Cuántas veces me he perdido de ver pájaros excepcionales por ir sumergida en mi teléfono?
En Dos Tintas hablamos de pausas, de esos espacios en los que te mirás a vos misma y decís: aquí estoy para mí. A veces es solo desconectarte de tu teléfono unas horas. A veces es sentarte a mirar por la ventana. A veces, renunciar a tu trabajo. Yo renuncié a mi teléfono por una semana. Esto fue lo que aprendí.
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Lo había intentado todo. Lo dejaba en otra habitación, le quitaba las notificaciones, borraba el app de Instagram, sacaba el WhatsApp de la pantalla de inicio, me ponía límites por día. Como la droga más poderosa del mundo, trataba con todas mis fuerzas de no volver a él, pero al final volvía a caer en su vorágine.
Tengo una relación tóxica con mi teléfono. No me quiero justificar, pero quienes migramos tenemos una gran excusa para desarrollarla: allí están nuestras amigas 24/7, cuando las del norte están dormidas, las del sur están despiertas. Saber que están allí me anestesia el dolor nostálgico que me produce tenerlas lejos, que se vean para almorzar, que se tomen fotos y pongan un emoji para pretender que estoy allí.
Un viernes de enero decidí procrastinar mi paper y sentarme a leer a Julia Cameron con el café de la mañana. El camino del artista se me antoja a veces un poco a autoayuda, me sabe a Paulo Coelho, a esas frases que yo considero vacías tipo “cuando realmente deseas algo, el universo conspira…” blah, blah, blah. Pero sus ejercicios me engancharon y los pongo en práctica religiosamente —por ejemplo, Cameron te invita a llenar tres páginas de un cuaderno cada mañana. Yo lo hago y es liberador.
A pesar de mis críticas, es gracias a ese libro (y a esas morning pages) que me permití empezar esta newsletter con Romi. La autora te ayuda a desbloquear tus canales creativos, y a generar frases afirmativas que te ayuden a aceptar la creatividad que llevás dentro, pero al mismo tiempo te pone a trabajar.
Ese viernes, me topé con esta frase:
“Para la mayoría de los artistas, las palabras actúan como pequeños sedantes. Cada día consumimos una dosis de información (la autora le llama “media chat”). Como la comida grasosa, esto acaba obstruyéndonos”
Sentí un leve mareo, una sensación de estar siendo observada. Cameron tenía razón: estar siempre tan conectada me tenía anestesiada. Yo estaba sufriendo la migración como pocas cosas en la vida –tenía un frío intolerable, mi casa se sentía completamente ajena y los edificios de Nueva York me parecían (y todavía me parecen) bastante abominables. Pero abrir mi teléfono cada diez minutos me evitaba el duelo. El de no saber a qué ciudad o país llamar hogar. El de no estar cerca de los míos.
Si me conocés un poquito, sabrás que soy radical en vivir mis duelos al máximo. La última vez que terminé con un novio lo bloqueé de mi celular y me eché en un sofá tres semanas a llorar y a dejar que mis amigas me cuidaran (no ayudó que esa misma tarde me quebré un pie –pero esa historia es para otro post).
Esta vez necesitaba algo así. Algo que se sintiera quizás un poco extremo. Necesitaba una de esas decisiones a las que alguien, desde afuera, calificaría como una reacción exagerada. Así que decidí cerrar todo. Mandé mis apps al olvido y dejé un mensajito: si me necesitan, me llaman. Únicamente volvería a abrir mensajes siete días después.
Mi foto favorita del día que nevó en Central Park
Esto no fue un experimento científico pero anoté mis resultados por si a alguien le sirven (probablemente a quien más le funcionen sea a mi yo del futuro)
Tuve un diálogo interno renovado. Me permití sentir la soledad, la tristeza de tener a mis amigas lejos, de estar en una ciudad nueva y tremenda. No rellené ese hueco con nada, solo me permití sentirlo. Al respecto, escribí esto en mi bitácora:
“Viernes 3 de enero: Soy adicta a comunicar mis pensamientos. A veces son pensamientos buenos, pero se me pierden porque se los mando a alguien en un audio y allí ya quedan inaccesibles para siempre”
“Lunes 6 de enero: En otro momento me hubiera congelado los dedos enviando fotos o subiéndolas a Instagram. Esta vez me quedé en silencio profundo y fue bonito mirarme a mí misma mientras caminaba”
Reflexioné más sobre los últimos libros que leí. Casi siempre que termino un libro, empiezo otro de inmediato. No sufro lo suficiente el duelo de haberlo acabado. Me dediqué a reflexionar sobre lo que he leído últimamente, como si lo estuviera rumiando. Es como una sobremesa de libros. Terminás de cenar y te quedás charlando con tus propios pensamientos un rato, antes de levantarte y escoger uno nuevo.
¡Me permití aburrirme! Y a veces aburrirse es el primer paso para crear. Tu cerebro ocioso no es una inutilidad. Por ejemplo, en vez de ver tele sin parar, el fin de semana no sabíamos qué hacer con nuestro tiempo, así que se me ocurrió jugar a las 36 preguntas para enamorarse del New York Times con M. Descubrí, por ejemplo, cuál es ese sueño que él viene arrastrando desde hace años y por qué no lo ha cumplido.
Este te va a resultar un poco obvio, pero hay que decirlo: me distraje menos. Fui más productiva. En una semana escribí más que en tres meses. Dos entradas de blog y todo un capítulo de mi investigación sobre corrupción en Reino Unido.
Creo que se me redujeron los niveles de ansiedad. Por ejemplo, hoy que escribo este post y que ya volví a leer mensajes, siento un poco más ese ácido que me recorre el cuerpo cuando necesito una gratificación inmediata como comerme un chocolate o abrir Instagram. Como dije, lo mejor será hacer un regreso paulatino, veremos cómo resulta el plan.
Llamé y me llamaron amigos con los que nunca hablo más allá de los mensajes ocasionales. También hice más videollamadas con mi madre y eso me hizo sentir más conectada con ella, con su día a día. Cuando llegué a necesitar a Romi porque tenía una reunión importante, le pedí una llamada o nos intercambiamos correos. No dejé de interactuar, más bien la interacción me pareció más genuina, más personal.
En esas conversaciones descubrí cosas sobre mí y sobre mis amigues. Recordé lo lindo que es Valencia porque Clau me llamaba desde bares o cafecitos y me mostraba el cielo azul y las cervezas a buen precio que se estaba tomando. Escuché de nuevo la voz de Dani y recordé lo brillante que es su cerebro y pensé, una vez más, que debería ser un tesoro nacional de Costa Rica.
“Domingo 5 de enero. Me gustó hablar con Dani por teléfono. A él se lo expliqué así: paso tanto en el teléfono, que siempre estoy haciendo multitasking aunque mi trabajo no me lo exija. Siempre tengo la mente dividida”.
Popurrí. Las cosas que hice en vez de hablar por mensajes
-Fui a caminar por Central Park el día que más nevó
-Horneé galletas
-Cociné el pollo de una manera nueva
-Pinté en uno de esos libritos de colorear
-Jugué a las “36 preguntas para enamorarse” con Mik
-Jugué ajedrez conmigo misma
-Llamé a un amigo con el que hace mucho no hablaba
-Escribí en mi bloc de notas del celular
-Fui al gimnasio con paciencia y hasta hice dos clases de pilates y estiramiento seguidas
Y eso, mi experimento, ahora que lo veo en retrospectiva, fue todo un éxito. Si no lo podés hacer por una semana seguida, podés hacerlo un día o dos. Ahí te lo dejo. Si te através a tomarte una pequeña pausa de redes sociales, contame cómo te fue.
¡Hasta la próxima semana!
Me encantó ❤️❤️ Voy a probar!