Cuenta mi madre que Tita Juana hacía lo mismo. Se despertaba a las 3 am, arrastraba sus pies sobre la madera encerada crujiente y se comía una cucharada de azúcar. Trataba de ser sigilosa, pero mi madre, embarazada de mí en aquel momento, tenía el sueño liviano. “Es para asentar el estómago”, le decía.
Son las 2:45 am y me sueño repetidamente con escenas del libro que estoy leyendo, aunque quizás el motivo de mi insomnio esté escondido en otro lugar mucho menos superficial de mi oscuridad cerebral. Googleo: “motivos de insomnio”: estrés, ansiedad, depresión, malos hábitos del sueño y cambios en el entorno y la rutina diaria.
No tengo ninguno, aunque leer la respuesta de la inteligencia artificial en plena madrugada de miércoles me hace pensar que quizás tengo un poquito de todos: esta costumbre heredada de arrastrar los pies por la madera, a deshoras, hacia una pequeña dosis de azúcar no sea el mejor hábito de sueño del mundo.
Mi Tita no me enseñó esa costumbre. La llevo instalada en el cuerpo como un código secreto. Quizás estoy programada para repetir en círculo los pequeños errores insignificantes de mis antepasadas. Hay cosas peores, me digo con la boca llena de dulce.
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Decía que no puedo dejar de pensar en el libro de Valeria Luiselli que me estoy devorando hasta caer rendida (en un podcast me escuché que hay que leer cosas poco interesantes antes de dormir —fallé otra vez).
Hay sobre todo una pregunta que le hacen a la protagonista y que me da vueltas en el córtex desde que la leí: “¿Cuándo te diste cuenta, exactamente?” A la protagonista le piden fechas, ¿cuándo fue que se descalabró su matrimonio? Quieren saber si fue abuso emocional, si fue engaño, si fue desinterés o aburrimiento. No puede contestarlo. No fue ninguna, o quizás fueron todas las anteriores.
¿Cuándo fue que te diste cuenta exactamente? Calculo que no poseo la habilidad de registrar esos momentos eureka que han definido mi vida. ¿Cuándo te diste cuenta exactamente de que querías ser periodista? ¿Cuándo te diste cuenta, exactamente, de que lo amabas como para casarte? ¿Cuándo te diste cuenta, exactamente, de que tenías que parar a pensar?
Me gustaría tener esas respuestas —como en Suits cuando Rachel le dice a Mike (un abogado de mente prodigiosa) algo que no tiene nada que ver con su intrincado caso legal pero a él eso le ilumina las neuronas. Le enfocan la cara con una mueca perfecta de sorpresa. Agradece efusivamente. Rachel no entiende nada, pero él lo ha entendido todo: sale corriendo y resuelve el caos en el que estaba metido.
Quisiera entenderlo todo así, en el momento. ¿Cuándo te diste cuenta exactamente de que tenías que parar, de que tenías que rediseñar? Quisiera dar fechas, nombres. He tratado en estos textos de dar(me) una respuesta coherente. Una respuesta que en mi vinilo cerebral solo existe de manera desordenada, como un jazz arrítmico y abrumador.
Y sin embargo quiero que entiendan.
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Mis suegros estuvieron de visita por diez días en casa. Benevolentes, franceses, comen pan con queso y toman café cada mañana a las 7:30 am. Puntual. M se encargó de los paseos, yo me encargué de tenerles pan y dos termos de café cuando se levantaran.
Con M trabajando fuera casi siempre, los tres restantes nos comunicamos en un inglés/francés fracturados, pero con paciencia resolvimos cosas básicas: qué línea del metro tomar, cuánto se tarda un paseo a la estatua regalada por los franceses, ¿dormiste bien? Bien sure que te presto la secadora. Merci.
La convivencia con esos queridos franceses septuagenarios me puso frente a un espejo imaginario. Cada día, casi sin querer, pensaba en cómo me veían desde su vida ordenada de carrera-casa-hijos-retiro-viajes. Me los imaginaba confundidos: entonces ella no trabaja, pero sí trabaja, solo que no le pagan, o si le pagan pero no sabe bien cómo, pero tampoco es que esté emprendiendo. Está en un break profesional. Qu’est-ce que c’est ?
No hay ninguna conducta tóxica en doña C y don I que me haga pensar que me juzgan. Pero tengo esta manía de imaginar a la gente viendo mi vida desde fuera: ¿qué ven cuando me ven? Sobre todo, ¿qué imaginan sobre lo que no ven? Cuando además estás siguiendo un camino raro, poco tradicional o que nadie te trazó, la sensación de estar siendo observada es todavía más intensa, está todavía más presente.
A ratos tuve el impulso de explicarme más: de aderezar mi existencia con narrativas lógicas, de que entendieran por qué me saco una hora entera para leer una revista con el café de la mañana, por qué me me tomé un break para rediseñar mi vida, qué es lo que hago mientras dejo migajas de chocolate sobre el desayunador a las 3 a. m.
Nada llena ese vacío: yo quisiera que entendieran cómo, cuándo, por qué decidí seguir un camino tan poco tradicional, cómo es que no estoy buscando cambiarlo a toda costa. Sin posibilidades de articular más de dos oraciones coherentes en su idioma, caí en la trampa siempre disponible de mostrar que estaba “muy ocupada”, que hacía cosas “útiles” como estar frente a la compu en vez de meditar mirando por la ventana o cambiar la revista por oficios caseros mientras sorbía el café de la mañana.
Una noche fuimos al jazz en uno de esos sótanos calientes del West Village. Pasamos hora y media habitando un concierto desenfadado, sin cantantes que le pusieran un orden a los sentimientos confusos que provoca esa música destartalada y honesta.
Mis suegros se bebieron un Manhattan y un Aperol Spritz y dijeron: très interesant, sin dar ni pedir explicaciones. Y quizás si alguien en el futuro me preguntara “cuándo te diste cuenta, exactamente” podría, por primera vez, tener una especie de respuesta: fue entonces cuando me di cuenta de que a veces es mejor dejar que el jazz sea solo jazz.
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Hay un montón de cuentos sobre Tita Juana que te quiero contar. Un día con la boca dulce de chocolate de las 3 am me sentaré a escribirlos. Por ahora contame vos a mí sobre tus tácticas contra el insomnio ;)
Me gusta mucho leerlas! Yo también estoy en una pausa, aunque en mi caso ha sido más "obligada" que elegida. Tal vez la necesitaba, pero no me atrevía a tomarla por culpa (justo como mencionan en otros textos) y tamb me siento vista y juzgada desde los ojos externos por "no hacer nada". Sobre el insomnio, puede ser muy duro. Es importante saber cuándo pedir ayuda profesional antes de caer en un bucle interminable (traté de todo: tés, acupuntura, meditación y nada). Yo dejé que pasaran muchos meses hasta que ya no había vuelta atrás, a veces la medicina salva, aunque nos resistamos a tomar pastillas. Abrazos.
Me interesa esa mirada ajena porque, en mi fantasía, sería una forma de poder entenderme cuando el jazz está siendo jazz. Aunque es más útil y menos confuso seguir caminando sin mirar mucho a los lados, agarrándote a tus pocas-muchas certezas o a lo que te pidan tus tripas-corazón.
Contra el insomnio veo vídeos de perros y gatos graciosos. Los pongo en bucle hasta que me vuelvo a dormir. Me calman sus presencias en la pantalla, seres que están siendo y ya.