La entrega de hoy es distinta. Después de casi cuatro meses, pensamos que sería un buen ejercicio que nos conocieran un poco más de cerca, más allá de los textos que publicamos. Por eso, en un par de mensajes de WhatsApp que intercambiamos con Mafe la semana pasada, decidimos prepararnos una lista de preguntas sobre cosas que cada una de nosotras quería preguntarle a la otra.
La lógica es la siguiente: esta semana listé en nuestro chat 10 preguntas a Mafe —las mismas que van a leer a continuación. La semana que viene, ella me mandará otras a mí. Si se animan, también nos encantaría enviárselas a ustedes e irlas publicando.
Me gustó mucho leerla a Mafe en este espacio. Espero que disfuten cada una de sus reflexiones tanto como yo lo hice.
¿Qué es lo primero que te gustaría que quienes lean Dos tintas sepan de vos?
Que yo tampoco sé qué carajo estoy haciendo.
Es decir, tengo unas ideas así más o menos definidas, más o menos claras, y unos principios bastante sólidos, pero no quisiera que nadie me vea desde afuera (que vea mi Instagram, por ejemplo) y piense que lo tengo todo resuelto porque vivo en una gran ciudad o porque hice esto o aquello, como si fuera un disco de grandes éxitos de una banda que ya no tiene nada por crear.
En estos días vi el reel de una rubia preciosa. Decía: “No quiero que ninguna chica de 16 años venga a mi cuenta y piense que soy real. No, chicas: tengo bótox por todas partes, rellenos en los labios, las pestañas postizas, las cejas tatuadas, y me ha costado muchísimo dinero. No es así como se ve la gente real”. Qué refrescante y qué acompañada me sentí. Yo lo que quisiera es que se sientan así, que nos vean por esta ventanita de Substack y se encuentren con ese pequeño desastre que es mi alma atribulada en las mañanas de cafeína luego de una noche de insomnio. Y que en vez de sentirse solos/solas por no cumplir con estándares absurdos, encuentren más bien la compañía de una persona que escribe desde el reflejo de su humanidad.
¿Una conversación que te quedó grabada en la memoria?
La primera conversación que me viene a la mente creo que es también una de mis primeras memorias. Recuerdo a mami agachada y yo sentada en un banquito que estaba decorado con lunares. Yo tendría, tal vez, unos cuatro años y mami me acababa de regalar un view master con unas tarjetas en las que podías ver a Micky Mouse y al pato Donald. No fue un regalo de navidad o cumpleaños, sino que pasamos por una vitrina (mami y yo salíamos a ver vitrinas como entretenimiento, ¡qué triste haberlo cambiado por ver el teléfono!), y comprar algo sin pensarlo mucho era un lujo que usualmente no podíamos permitirnos. Yo creo que mami, secretamente, también quería el view master, así que lo compramos y al llegar a casa me sentó en el banquito y me explicó que, a partir de ahora y por el resto de la quincena, no podíamos comer helados.
Fue una lección de finanzas y de respeto. Me alucina pensar que mi madre me hablaba casi como a una adulta desde tan chiquita, que validaba mi capacidad de raciocinio aunque tuviera el cerebro tan nuevo.
¿Cómo es el lugar en donde creciste?
Mis primeros años de infancia los pasé en un barriecito que se llamaba como su capilla, el Santo Sepulcro. Tenía tres amigas de mi edad, de las cuales todavía conservo dos, y otras tres que eran más grandes, que nos decían que eran sirenas y que en vez de ir a la escuela por las mañanas, iban al mar. Como prueba, nos traían conchas y arena por las tardes. Por ende, ellas tenían derecho a escoger los juegos (quedó, un dos tres quesito, escondido…). Todo eso pasaba frente a las puertas casi siempre abiertas del Santo Sepulcro, que tenía un gran cristo expuesto que parecía siempre observarnos desde su cruz.
¿Qué es lo que hacés en tu día a día para priorizarte?
Me levanto a las 6 a. m., me hago un café, y escribo —lo que un día espero que se convierta en un libro— hasta las 7:30 a. m. o hasta 500 palabras. Después el día se siente más liviano, ¿sabés? También estoy practicando el método 3,2,1: tres prioridades de trabajo, dos de salud y una de disfrute. Por ejemplo, hoy que te escribo, se ve así:
Esto me permite dos cosas: sentirme productiva al terminar el día, y no olvidarme de que tengo un cuerpo y que hay que moverlo.
¿Qué es lo que más te cuesta asumir de vos misma?
Esta es una pregunta para Allan, mi psicólogo jeje. Pero con él he descubierto que me cuesta mucho situarme frente al mundo si no tengo el respaldo de una organización o un título de trabajo. ¿Quién soy si no soy la directora, investigadora o periodista de alguien más? Puede que sea una tensión entre culturas. Mi cultura materna es más colectivista: primero sos parte de algo, de una comunidad, y de ahí buscás diferenciarte. En las culturas individualistas, como New York, cada quien sobrevive por su cuenta, aunque curiosamente todo el mundo está tratando de formar parte de algo más grande (aunque un poco más amorfo que una familia o una comunidad geográfica, claro), así que sobrevivo entre querer ser parte de algo, pero diferenciarme lo suficiente como para poder entrar en ese algo.
En dos platos, lo que más me ha costado asumir es que soy persona y no solo trabajadora.
¿En qué sos muy fuerte?
En tomar riesgos y decisiones. Cuando tenía nueve años me apunté a un campeonato de natación y no fui porque pensé que no estaba suficientemente preparada. No hay metáfora más obvia para decir que fue la primera vez en la vida que no me “eché al agua”. No sé si algo cambió en mí exactamente en ese momento –tampoco es como que tuviera una epifanía– pero siempre me acuerdo de eso con un poco de pena por no haberlo hecho. Luego más bien lo sobrecompensé. Por ejemplo, a los 16 me metí a un concurso de belleza para adolescentes (no creás que no me da cringe decir esto) sin nunca haberme subido en unos tacones; luego, en la siguiente década me lancé a trabajos para los cuales no cumplía ni con el 50% de los requisitos; y empezando los 30s me fui a vivir a otro continente en medio de una pandemia. Así que sí, más por evidencia empírica que por convicción, yo diría que soy fuerte en tomar decisiones un poco raritas.
¿Qué es lo primero que le dirías a alguien que se quiere tomar una pausa y no se anima?
Es que tomarse una pausa puede sonar un poco abstracto, ¿no? En mi cultura, eso podría interpretarse como una gran vagancia. Pero hay muchas maneras de encararla y planificarla (y aquí quiero remitir a todos tus escritos, Romi, porque son buenísimos en esto). Hay otra persona en la que pienso cuando reflexiono sobre las pausas. Mi amiga M, que volvió de una beca en Reino Unido y en lugar de buscar trabajo de inmediato, se tomó un tiempo para hacer voluntariado y explorar otros campos de su vida (amueblar un apartamento, empezar a andar en bici, nadar). Y creo que allí descubrió el nuevo “amor” de su vida en términos laborales, y unos años más tarde se ubicó en eso y creo que es muy feliz. Yo siempre pienso en ella cuando quiero recordar los beneficios de estar en una situación similar.
Así que les diría que lo sueñen, lo planifiquen (estratégica y financieramente porque claro que no todo el mundo puede hacer esto de un día para el otro) y comiencen un trabajo emocional de aceptación de esa necesidad. Ya desde el momento en que te abriste un pinterest board para soñar en cómo será ese tiempo para vos, aunque te tome años llegar allí, estás en el camino correcto.
¿Cuál es el mejor consejo que te dieron?
Me lo dio un reel, jaja. Quizás entonces no fue un consejo, pero yo lo sentí como un recordatorio muy personal: no hay que estar cansadas, agotadas, ni burned out para tomarnos una pausa. Los descansos no se merecen, simplemente se toman.
¿Hay algo que te quedaste con ganas de decirle a alguien que ya no está? ¿Qué?
Uy, más que decirle, de escucharle. Cuando me senté a escribir el libro me di cuenta de que hay tantas cosas que no supe de mi padre y de mis abuelas, que me ha tocado empezar por imaginar lo que pasaron, cómo se sintieron, qué les daba ilusión, de dónde sacaban las fuerzas para arrancar cada día. Me encantaría agarrar estas mismas preguntas que me estás haciendo ahora y enviárselas por correo a esas personas que no están.
¿Qué tienen en común todas tus amigas?
Que están. Si hay algo de lo que me siento orgullosa a mis 36 años es de haber cultivado un racimo de amigas a las que puedo decirles que me vengan a recoger al aeropuerto a las 2 a. m. de un martes cualquiera y ahí van a estar, sin hacer preguntas. Y luego me van a dar un caldito y le van a decir a todo el mundo en la casa que se calle para que me dejen dormir.
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Nos encanta leerte, contanos qué te pareció esta entrega.
"He descubierto que me cuesta mucho situarme frente al mundo si no tengo el respaldo de una organización o un título de trabajo". Gracias por ponerle palabras a lo que yo también siento <3 y si, yo tampoco sé qué carajo estoy haciendo jaja!