One belongs to New York instantly, one belongs to it as much in five minutes as in five years. Tom Wolfe.
Cuando Tom Wolfe murió en el 2018, surgieron decenas de extractos de entrevistas del pasado que revelan, de a pocos, a ese hombre capaz de reinventar el periodismo anglosajón. En uno de mis favoritos, Wolfe cuenta cómo llegó a ser reconocido por su traje de lino blanco. Fue por accidente.
“Me encargué un traje blanco que era demasiado caliente para el verano, entonces me lo puse en diciembre”. La gente empezó a llamarle dandy, a burlarse de su estilo poco convencional. A él le gustó. “Me di cuenta de que eso irritaba muchísimo a la gente: había dado con una forma inofensiva de transgresión”. Y llenó su armario de trajes de lino blanco.
***
He andado con ganas de romper cosas. De vengarme, no de alguien en específico, sino, quizás, del mundo en general. Todas estas guerras, todas estas decisiones estúpidas de hombres blancos ultramillonarios, toda esta desazón generalizada de la gente andando por la calle como si no pasara nada, toda esta aceptación derrotista de un planeta hirviendo, todas estas irresponsabilidades impunes… me han llenado el útero de rabia.
Amanezco con dolor de ovarios. Salgo a caminar temprano, antes de que se incendie el termómetro en New York y me obligue a consumirme en el aire acondicionado escéptico y ruidoso de mi apartamento. De camino a Central Park, pienso que aproveché muy bien los días premenstruales y estallé en pequeñas transgresiones cotidianas. Rompí cosas, a mi modo. Hago una lista mental:
Escribir. Porque ellos no quieren que saqués tu rabia de adentro.
Escribir con otras mujeres, juntas, sentadas alrededor de una mesa en un barcito de Brooklyn. Porque mucho menos quieren que escribás con otras mujeres que te llenen de risa y esperanza.
Escribir todos los días. Escribir incluso si hay una postulación urgente. Escribir sobre todo si hay una postulación urgente. Porque ellos no quieren que defendás tu arte ni tu creatividad de las urgencias cotidianas.
En Central Park me topo con un hombre sin camisa tirado boca abajo en el pasto. No sabría si respira, si está dormido o muerto. Asumo, como el resto de transeúntes apresurados, que está dormido, drogado. Por la tarde, Central Park bate el récord de temperatura de su existencia. En San José, bajo un aguacero tropical de esos que ya no son normales, mi madre va a sacar la visa gringa y la devuelven de la puerta sin ningún motivo. Ese momento en el que se cruzan las angustias del mundo con las propias.
Quejarme. Le digo a Romi. “Estoy harta”. Y ella me responde: “Es agotador”. Porque en esos pequeños actos de comprensión encuentro el abrazo que necesito.
Cerrar instagram. Porque nos quieren escroleando todo el día sin ningún propósito. Fuck that.
Disfrutar. De la ciudad, de montar en bicicleta, de buscarle el cuello calientito a M por la noche, de comerme un mango y que me chorree el caldo dulce hasta los codos. Porque nos quieren frustrados y amargadas para que pensemos que hay algo que no estamos haciendo bien. Para que nos creamos que es nuestra culpa.
Por la noche un underdog socialista que promete más parques, más vivienda y mejores salarios (además de más impuestos para los ricos) le gana la alcaldía de Nueva York a un nepobaby cancelado años antes por denuncias de acoso sexual que él niega. Me recuerdo que ir contra la norma, que romper cosas, paradigmas o estéticas, a veces te puede llevar a la alcaldía de Nueva York o a tener un retrato en el National Portrait Gallery.
Se me ocurren un par más:
Caminar. Porque no quieren que caminés lento sino que corrás. Que te tomés 30 minutos al día como para poder seguir funcionando, pero jamás hora y media para que tengás tiempo de pensar.
Descansar. Tomarme toda la tarde para pasear por China Town, aunque no sienta que lo merezca. Sobre todo si siento que no lo merezco. Porque nos quieren agotadas, azurumbadas, hechas leña. Y sobre todo porque no tenemos por qué merecer el descanso. (Y además porque descansar en un mundo que no para, es un acto revolucionario)
Encontrar a otra gente. Gente que trabaja, por ejemplo, para un comedor comunitario. Gente que gana una mierda y que igual canta mientras cocina. Gente que te dice “Baby” o “My love”, y cuenta chistes y te hace preguntas. Porque los ultramillonarios que destruyen países no te quieren mezclada con nadie, te quieren polarizada, lejos de otros mundos, enojada con esos otros mundos. Y porque hay mucha gente así ahí afuera como para darnos por vencidas en la oscuridad fría de nuestro apartamento.
***
Hasta aquí nuestra entrega de hoy. Si te gustó, llevala a otras personas que también quieren romper cosas (o llenar su closet de trajes de lino blanco) ¡Gracias por leernos!